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En un post anterior confesaba que uno de mis sueños es tener un pequeño taller de imprenta en el que elaborar yo mismo y de forma totalmente artesanal aquellos libros que me inspiraran. Lo imaginaba como algo humilde, íntimo, casi secreto. Me lamentaba también por no tenerlo.
En mis sueños aparecía un cobertizo con una gran mesa de trabajo, una prensa manual con sus tipos, papeles por doquier, una guillotina o, mejor aún, un ingenio, y otras herramientas de encuadernación. El sol entraba por una ventana con vistas a la montaña y el olor a tinta y a papel viejo lo impregnaba todo.
Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Pedro Calderón de la Barca.
Aun no siendo la realidad tan idílica como en mis desvaríos oníricos, puedo decir que —por fin— tengo, de nuevo, mi rincón de crear. Digo «de nuevo» porque estoy familiarizado con el arte de la encuadernación desde hace décadas, aunque también hace casi tanto que no lo practicaba.